¡Se acerca Halloween! Ya estamos, un año más, en los prolegómenos de una época marcada por el terror, la fascinación por lo sobrenatural y, cómo no, las ansias por fagocitar cine de género en maratones hasta la indigesta. No importa, me indigestaré cuantas veces hagan falta si ello conlleva disfrutar de los mejores clásicos que han dejado su impronta en mi nostálgica pantalla. Este año no podía ser menos, pero mucho más allá del aroma de las castañas, el hogareño color del otoño y la cabeza de Jack-o´-lantern anunciando la apertura del puente entre vivos y muertos, la cosa pintaba un poco especial. Concretamente brutal y sanguinolenta, porque se cumplen 50 años de una de las creaciones más viscerales y sucias que nos ha traído el séptimo arte: La matanza de Texas, clasicazo inmortal por el que Tobe Hooper sería recordado a lo largo de su carrera.
Hablamos del slasher por antonomasia. Ya sabéis, ese género —o debería decir subgénero— en el que un grupo de jóvenes incautos muere a manos de cualquier psicópata brutal y desalmado. En La matanza de Texas seguimos, concretamente, la pista de 5 chavales que deciden viajar hasta la tumba de su abuelo, de cuya profanación tienen noticia a través de un comunicado en la radio. Contra todo pronóstico, la tumba parece estar en perfecto estado y esto les hace pensar en iniciar el viaje de vuelta. Aquí es donde comenzará su verdadera pesadilla, ya que acabarán en una granja a las afueras regentada por los Sawyer, una temible familia de asesinos además de caníbales. El guion de La matanza de Texas nació no solo de la mano de su director, Tob Hooper, sino también de la pluma de Kim Henkel, quien había participado como actor en su primer largometraje Eggshells (1969), por cierto un rotundo fracaso en la carrera del director. Para construir dicho guion, ambos decidieron sumergirse en la biografía de uno de los criminales más famosos no solo de su ciudad natal, Wisconsin, sino a nivel internacional: el mediático Ed Gein. Recordemos que este célebre asesino se declaró culpable de la profanación de múltiples tumbas y el asesinato de 2 mujeres en 1957.
No era la primera vez que la figura de Gein servía para inspirar un clásico, títulos legendarios como Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), basada en la novela del escritor estadounidense Robert Bloch, o El silencio de los corderos (1991, Jonathan Demme), adaptación también de una novela de Thomas Harris, dieron cuenta de la fascinación que la figura que dicho criminal ha ejercido siempre sobre las masas y, por suerte, también en el ámbito creativo. Así mismo, el asesino ha contado con adaptaciones directas de sus fechorías en cintas más o menos aceptables, como Deranged (1974, Alan Ormsby, Jeff Gillen) o el biopic televisivo Ed Gein (2000, Chuck Parello).
Hablar de una cinta de culto como La matanza de Texas es hablar de horror a todos los niveles. Y no me refiero en exclusiva a su fascinante y repugnante envoltura, ya que el propio rodaje de la cinta supuso un verdadero calvario para todo el equipo. No hablamos de cualquier cosa, sino de unas condiciones de trabajo extremas, en medio de altas temperaturas y un hedor pútrido producido por los restos de animales y la comida en descomposición que conforman el atrezzo del film. Este hecho provocó la eterna enemistad entre el actor Edwin Neal —encargado de interpretar a Nubbins Sawyer— y el director. Más tarde, Neal declararía que estas escenas podrían encontrarse entre los peores momentos de su vida, aún a pesar de que hablamos de un ex combatiente de Vietnam. Pero la cosa no quedó ahí, puesto que el actor afirmó que de buen grado mataría al director si volviesen a encontrarse. Contó también la actriz Marilyn Burns, protagonista de la cinta y ya fallecida en 2014, que en una escena en la que debían cortarle un dedo, el tubo de sangre no funcionó, por lo que el director ordenó que el corte fuera real. Tanto el dolor como el cansancio provocaron que la joven pensase que su vida podía terminar allí mismo.
Lo cierto es que la actriz terminó llena de cardenales, ya que las exigencias concretas de la dirección fueron que se la golpease con fuerza en las escenas de violencia. Por si todo esto fuera poco, el actor encargado de interpretar al mítico asesino Latherface, Hansen, afirmó que Hooper le prohibía alternar con el resto del reparto, y este aislamiento comenzó a provocarle trastornos. Tampoco son moco de pavo los testimonios del resto del reparto, que afirmaron jornadas maratonianas de rodaje en medio de hambre, sueño e ira contenida. Como vemos, no son pocos los dramas a los que se enfrentó la peculiar producción, aunque para nada fueron los únicos.
Como no podía ser de otra manera, un producto de semejantes características habría de lidiar con la censura, por lo que fue necesario un especial empeño a la hora de no mostrar demasiada sangre, desnudos ni lenguaje malsonante. Huelga decir que, a pesar de intentar pasar por un producto de violencia moderada, la Motion Picture Asociation le otorgó la categoría X, es decir: solo apto para público mayor de 21 años. Obviamente, dicha calificación no era viable para su estreno, por lo que el director hubo de hacer uso de todas sus mañas a fin de que la cinta fuese únicamente restringida a menores de 17 años. Aún así, este ardid no pudo solucionar su prohibición en otros países, como fue el caso de Australia.
Pese a todas las vicisitudes, hablamos de un éxito en taquilla, y buena culpa de ello la tuvo su excelente labor de marketing, encargada de vender un producto basado en supuestos hechos reales. Por increíble que parezca, el estreno de la cinta se dio en pases matinales con un target de audiencia adolescente. Una pena que, a pesar de su excelente rendimiento en taquilla, las ganancias se vieran emponzoñadas por la intrincada campaña de financiación que Hooper llevó a cabo, pasando la mayoría del dinero a manos de los inversionistas que financiaron el film.
Para bien o para mal, con sus luces y sus sombras —siendo más sus sombras que sus luces— lo cierto es que La matanza de Texas ha sentado cátedra hasta el punto de convertirse en una franquicia altamente rentable hasta nuestros días. Eso sí, afirmo categóricamente y por mucho que el remake del 2002 sea considerado bastante aceptable, que ninguna de ellas estará nunca a la altura de su antecesora, deudora de unos tiempos que nada tienen que ver con los actuales. Tiempos en los que un presupuesto ínfimo no era impedimento para que una buena idea viera la luz en pantalla, tiempos en los que el riesgo era la bandera de cualquier director osado. Aquellos 70 que nunca volverán nos regalaron auténticas salvajadas, cine crudo en el que la moral estaba ausente y la estética de la violencia era una llamada, más que suficiente, para abarrotar las salas. Nombres como Coppola, el propio Hooper o De Palma dan fe de aquella época tan misteriosa, salvaje y libre de convencionalismos.
No importa las caras de cuero que abarroten nuestras pantallas a lo largo de los años, porque al final solo hay una, la que nos ofrece el testimonio de una historia bañada en sangre, sudor y lágrimas tanto delante como detrás de las cámaras.
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